Nuestro patrimonio perdido (y a punto de perder)

En un país que solo ha sido enseñado a apreciar el patrimonio arquitectónico colonial, nuestra herencia construida del siglo XX se encuentra constantemente incomprendida y menospreciada. El panorama se agrava aun más debido a la responsabilidad compartida de arquitectos, autoridades, desarrolladores inmobiliarios y propietarios que muestran poca sensibilidad para luchar por su preservación. ¿A quién se le ocurre preservar una casona de Gazcue en deterioro, cuando en su lugar se puede sembrar una torre de apartamentos, independientemente de su valor estético? Por eso una gran parte de nuestro patrimonio moderno se encuentra hoy modificado, mutilado y hasta abandonado… mientras otra parte ya ha desaparecido. Así como cayó el Jaragua, cayó la residencia Molinari de Tomás Auñón y Joaquín Ortíz. Cayó el Matadero Industrial de Henry Gazón Bona. Cayeron la Secretaría de Estado de Sanidad y Educación y el Hospital para Obreros Dr. William Morgan, ambos diseñados por Marcial Pou Ricart. Cayeron las residencias Schad y Pichardo Ricart, de las primeras obras racionalistas de uso residencial ideadas por Guillermo González. A pesar de la larga lista, hay un patrimonio a punto de perder que, de entrar en razón, todavía podemos salvar como sociedad. En el Centro de los Héroes está tambaleándose el Pabellón de Venezuela de Alejandro Pietri. En la calle El Conde está el edificio Copello de González, y los edificos Díez y Baquero, ambos realizados por el puertorriqueño Benigno Trueba y Suárez. En San Pedro de Macorís está el edificio Morey de Antonio Morey Castañer. En Santiago de los Caballeros está también abandonado el Hotel Mercedes de Romualdo García Vera. Estos inmuebles todavía tienen la oportunidad de volver a la gloria de su pasado con intervenciones contemporáneas que puedan darles un futuro productivo mediante una conservación correcta y una readaptación inteligente de su uso.