Para esa década, la Universidad de Santo Domingo no tenía la carrera de arquitectura en su oferta académica. Por eso, un joven delineante de la Oficina de Dibujo de la Dirección General de Obras Públicas tenía su mira puesta en el este de Estados Unidos: su meta era llegar al Departamento de Arquitectura de la Universidad de Yale. Tras pasar por la escuela de bellas artes de la Universidad de Columbia y de varias firmas de arquitectura en Nueva York, finalmente pudo inscribirse en el centro de Connecticut —pero aceptado de manera condicional, debido a lo salteado de sus estudios y trabajos previos—. Contra las expectativas del departamento de admisión, se graduaría como uno de los mejores de su promoción, ganando varios reconocimientos estudiantiles durante su paso por Yale. Al finalizar sus estudios, se embarca en un viaje por varias ciudades europeas para agudizar el ojo ante el espacio construido: pasa por puntos como París, Roma y Madrid, absorbiendo siglos de aprendizaje estilístico en apenas meses. Al retornar a casa en 1932, aplicó sus conocimientos a la producción de algunas residencias, como el Rancho Cayuco del matrimonio de Porfirio Rubirosa y Flor de Oro Trujillo —hija del dictador—. De hecho, el tener a un Trujillo como cliente iba a ser una constante en su futuro: entre 1939 y 1956 el arquitecto Guillermo González llegaría a producir algunos de los edificios públicos más icónicos del período.